Del libro “La masculinidad tóxica”, Sergio Sinay.
Consultor e investigador de vínculos humanos, extraemos textualmente un breve capítulo, que nos invita a pensar acerca de esta moderna idea de la idea de ser padres. ¿ Hay algo distinto, todo lo es, es mejor, es peor, suma a los hijos o a la sociedad?
Quien tenga ganas de más… el libro todo, no tiene desperdicio.
“Abunda un discurso triunfalista acerca de una supuesta nueva paternidad, una “nueva paternidad” que no ha provocado una presencia masiva de hombres en las reuniones escolares de padres, en los consultorios de pediatras, en las actividades formativas de sus hijos, en la conducción afectiva, en la disposición de límites y orientación de conductas, en la intervención amorosa y firme ante situaciones riesgosas de los adolescentes, en la capacidad de dialogar profundamente con los hijos aún discrepando. La “nueva paternidad” de los flamantes discursos a la moda, se regocija de los pañales cambiados, de la disposición paterna a convertirse en “amigo” de los hijos (quienes ya tienen amigos, pero claman por un padre), de la flexibilización de las normas, de la propensión a “acompañar” a las mamás. Confunde diálogo con consentimiento, permiso con desligamiento.
Bajo la etiqueta de la “nueva paternidad” se producen fenómenos contradictorios; de aquellos padres inaccesibles, rígidos, que generaban acatamiento temeroso en los hijos, se ha derivado a un tipo de vínculo en el que los padres parecen temer culposamente a los hijos, como conclusión de esto me atrevo a sostener que la “nueva paternidad” es solo una nueva etiqueta y una nueva etiqueta para la orfandad paterna que padecemos. Está muy lejos de ofrecer una respuesta profunda, esencial, contrastante al modelo masculino tóxico, no le disputa su presencia hegemónica, no sana las heridas que este viene produciendo a nivel social e individual. Acaso tampoco se trate de crear un “nuevo padre”.Vivimos en una cultura adicta a lo “nuevo”, tan adicta que necesita novedades como el cocainómano necesita su sustancia.
Devoramos “novedades” sin digerirlas, sin proceso metabólico, y acabamos de hacer de la palabra “nuevo” un simple sinónimo de fugaz, efímero, pasajero, banal, breve, fugitivo.
Pretendemos llenar con lo “nuevo” los vacíos pavorosos de nuestros vacíos existenciales. Y no lo lograremos. Porque esos vacíos solo se reparan a través de lo trascendente, a través de lo significativo, de lo que nos revela y nos devuelve a horizontes espirituales perdidos. Antes que celebrar “nuevas” paternidades que serán rápidamente engullidas por la voracidad de aquel vacío, quizás debamos recuperar los contenidos de aquella paternidad esencial, ancestral, sus funciones inherentes, su ejercicio amoroso y responsable.